Un escritor llamado Alfonso Aguiló, recuerda la historia de una mujer valiente y fiel a su conciencia que puso su vida al servicio de los demás y que a continuación resumo:
Sophie Scholl nació en Alemania en 1921 y vivió muy de cerca la agresividad y la perversión del nazismo. En mayo de 1942 entró en la Universidad de Munich como estudiante de Biología y Filosofía. Su hermano, Hans Scholl estudiaba Medicina. Varios alumnos debatían sobre cómo debía actuar un cristiano bajo aquella dictadura. No era una fácil… de hecho su padre había sido encarcelado por un comentario crítico con respecto a Hitler.
En ese entonces, aparecieron algunos panfletos de un movimiento llamado “La Rosa Blanca” contra el nazismo. Sophie se sintió atraída por esas ideas e ingresó al grupo. Su hermano Hans y sus amigos eran los principales miembros de la organización, la cual se estaba extendiendo por toda Alemania. Pronto, ambos hermanos lo lideraron. Casi todos habían sido testigos de las atrocidades nazis, tanto en los campos de batalla como entre la población civil. Los dos acudieron a la Universidad la mañana del 18 de febrero de 1943. Sophie lanzó sobre los estudiantes los últimos papeles, pero fue vista por un conserje que avisó a la policía, por lo que fueron arrestados, junto con otros miembros del grupo. La Gestapo colocó en la misma celda de Sophie a una mujer llamada Elsa Gebel para que la espiara y obtuviera más nombres de los miembros del grupo. Sin embargo, sucedió lo contrario, pues Elsa cambió sus convicciones al escucharla y no reportó nada. Después de la guerra, en una carta dirigida a los padres de Sophie, ella describió cómo en los últimos cinco días de la vida de la joven, había cambiado su forma de pensar, lo que marcó su vida para siempre.
El 22 de febrero de 1943 un tribunal les declaró culpables de traición y fueron condenados a morir en la guillotina ese mismo día, al igual que otros miembros del grupo. Pese a ello, la organización creció en número.
En años posteriores, los hermanos Scholl han sido inmortalizados en el cine y en el teatro, en obras como “La Rosa Blanca” o “Los últimos días”, donde se narran esos últimos días de su vida. Hoy, muchas calles, parques, avenidas y escuelas de Alemania llevan el nombre de los hermanos Scholl. Su historia es un ejemplo de la resistencia con que supieron rebelarse ante una gran injusticia. Combatían sin medios, contra la impresionante potencia del Tercer Reich. Eran jóvenes y “les disgustaba perder el encanto de vivir”, como dijo muy tranquila Sophie el día de la ejecución. Pero sabían que la vida no es el valor supremo y que sólo satisface realmente cuando se pone al servicio de algo superior que la ilumina y calienta con tanta claridad como nos ilumina y nos calienta el sol. Tenían el convencimiento de que la muerte no era un precio demasiado alto a pagar por seguir los dictados de la conciencia. Por eso marcharon serenos a su encuentro, sin miedo, sabiendo que morían defendiendo algo grande, algo en lo que creían. “¿Qué importa mi muerte –afirmó Sophie–, si a través de nosotros miles de personas se despiertan y comienzan a actuar?”. Una lección para seguir unos ideales en los que encontramos una razón para vivir y para morir.
|